sábado, 17 de mayo de 2014

Crónicas eladiolinarescas: Navidad en París



“All the lonely people, where do they all come from?”

The Beatles

La navidad del año pasado fue una de las menos frías de los últimos tiempos en la capital francesa, o eso es lo que me dicen todas las personas que —conozco y— llevan viviendo más de un año en este lugar. Algunos me comentaron que el invierno fue en verdad un otoño alargado, que la navidad no se sentía como navidad y que no hacía frío, sino fresco (a pesar que debajo del abrigo yo temblaba congelado). Adicional a ello, todos estuvimos a la espera de la nieve, sobre la que nos avisaron en el estado del tiempo desde noviembre, sin que se apareciera por ningún lado, negándome la oportunidad de correr por primera vez como un niño detrás de un copo de nieve (sí, no los conozco; sí, es mi primera vez fuera del país). Pero qué se le hace.

Por aquel entonces estaba (como ahora) clavado estudiando, teniendo exámenes y yendo a todas las clases, que duraron hasta la segunda semana de diciembre en la que nos dieron vacaciones de tres semanas, en cuyo tiempo pudimos hacer lo que se nos viniera en gana. Algunos chicos (chicas más bien) —mamados de París— se fueron a coger el primer avión, tren o bus para irse alguna ciudad “cercana” como Amsterdam, Roma o Barcelona; otros con más dinero se devolvieron para su casita a visitar a sus padres un par de días, antes de volver en enero a retomar los estudios. Yo me quedé en la ciudad, esperando aprovechar mis prerrogativas como estudiante menor de 25 años entrando a museos (como el Louvre) gratis  y por días enteros.



Sin embargo, poco a poco llegó el 24 de diciembre y lo cierto es que acá no arman parrandas ni súper fiestas como en Colombia en donde la gente se mete y se goza hasta un vallenato mal bailado. No. Acá la costumbre es hacer una cena de navidad en donde las personas más cercanas comparten las unas con las otras y la fiesta la dejan para el 31 con los amigos. Por tanto, aquel día tuve que quedarme solo, leyendo hasta las 9 de la noche, antes de tener que salir de la casa en la que vivía por aquel entonces para comprar en un tabac un —carísimo—paquete de cigarrillos (mi regalo de navidad para mí mismo y luego caminar por la ciudad. Digo que tuve que salir, porque vivía en aquel momento en una de esas casas de familia en las que es más fácil obtener hospedaje (uno de los requisitos para la visa), en donde tenían su cena de navidad a la cual—claro está— yo no estaba invitado. Qué se le hace.

Debo confesar que ya casi cumplido un año de mi llegada acá, no he tenido muchos amigos con los cuales compartir, puesto que si bien he conocido una que otra persona, me ha tocado estudiar mayoritariamente con gringos (ergo estadounidenses) que forman un círculo bien cerrado que ocasionalmente deja entrar europeos, pero hasta ahí, nada de latinoamericanos (salvo excepciones); como también con asiáticos, que son otra suerte de gringos, pero más buena gente. Por tanto la mayoría de personas con las que me he relacionado son gentes que me saludan, me preguntan qué tal las cosas y se van. Para completar todo lo anterior, los colombianos con los que estudio son o mujeres que tienen novio francés (una gran porción) a las que no les interesa conocer más gente o mujeres que lo buscan y por tanto, uno no entra en su círculo social. No ayuda de a mucho que varias de esas mujeres sean de —lo que en Colombia consideramos— clase “alta” (no hablamos de Santo Domingos o Sarmientos Angulos, sino de la hija del gerente del banco), por lo que al yo no tener finca o apellidos, quedo descartado para cualquier tipo de amistad con esas personas. Pero qué se le hace. No quiero decir con ello que los colombianos que están acá son todos así. También hay muchos buena gente, que estudian mucho y son abiertos con las personas sin importar la declaración de renta (o la de mis papás), el pasaporte o la tarjeta de crédito; pero el fantoche que todavía anda pendiente de las cuentas bancarias de uno, sigue presente, a pesar de que por fuera todos tenemos la misma etiqueta de extranjeros. Pero bueno. Muchas de las tonterías del país lo siguen a uno por fuera.



En todo caso, estuve solo el día de navidad y no me pareció del todo malo. La soledad me ha permitido en estos más de seis meses leerme libros gigantescos para los que antes no había tenido mucho tiempo y dedicar horas a cosas para las que antes tenía que andar buscando un huequito en mi horario. Creo que cuando uno está por fuera de su país y lejos de la gente que uno conoce, o por lo menos siente como familiar, lo peor que uno puede hacer es encerrarse a lamentarse de su suerte y a aspirar una vida con más personas. ¡Por favor! No voy a negar que sea importante estar con otras personas, pero si uno está sólo lo mejor es disfrutar lo más posible que uno pueda. La nostalgia y la añoranza son sentimientos inevitables, pero son los peores enemigos para una larga estadía por fuera del país. Además, hay que recordar que el hombre es un lobo para el hombre y en Bogotá, Roma u Oslo, también hay gente jodida.

Por tanto aquella noche salí, caminé bajo la lluvia, me mojé, me resbalé, me reí como un bobo en las solitarias calles parisinas y me topé con uno que otro personaje que caminaba por ahí. Sin embargo y por sobre todo, tomé fotos que les comparto en el día de hoy. No soy fotógrafo profesional, ni tengo intenciones de mostrar algo profesional, por lo que es una entrada sin mayores pretensiones que compartirles algo de ese día. 












domingo, 11 de mayo de 2014

Los observadores observados por la Monalisa



No sé ustedes, pero al igual que muchas personas me parece tremendamente sobrevalorada aquella pintura famosa de Leonardo Da Vinci. Y sí, ya me he enterado sobre su sonrisa, la historia de su robo e incluso el misticismo que la rodea (porque eso sí, este fresco da muchísimo para hablar). Sin embargo no le veo aquello que la hace tan especial, tan rockstar en un museo como el Louvre, que tiene muchísimas pinturas mucho más bonitas que esa (por no hablar de esculturas y artefactos). En todo caso echarle vaina a la pintura no es lo que me trae a escribir en el día de hoy.
El domingo pasado, en la soledad del último día de la semana, me dirigí al Louvre para pasar un rato entre pinturas y descripciones en francés. Sin embargo en aquella visita, o mejor, cuando pasé la lado de la Monalisa, observé el gentío agolpándose —como de costumbre— alrededor de ella y me tomé un pequeño paréntesis para entrar en la sala y tomarle fotos —de forma grosera y arbitraria—a la gente que visitaba aquel popular cromo. Debo advertir que aquel domingo, la sala estaba casi vacía (en comparación a otros días) y se podía caminar y tomar fotos.









Por último, les comparto otras fotos que tomé aquel día, incluyendo la de la Galerie de vues de la Rome Antique de Giovanni Paolo Pannini.




sábado, 10 de mayo de 2014

Citas varias

Hoy les comparto algunas citas que tenía guardadas en la tablet, para el que le interese.

"¿Por qué siempre la gente más noble tiene la consciencia más atormentada?" Superman de Alan Moore 

"Puede ser que Dios exista; pero si realmente existe creo que no somos su creación; apenas un borrador, un esbozo, una pesadilla antes de despertar y empezar a ser de verdad" Julio Cortázar - Correspondencia

"And he who forgets will be destined to remember" Nothingman - Pearl Jam

"Usted es un hombre hecho, es decir, deshecho, como todos los hombres a su edad cuando no son extraordinarios". Juan Carlos Onetti - Bienvenido Bob

"Dios es un lujo que no puedo darme" Woody Allen - Delitos y faltas

"¿No eran acaso los nombres el primer acto de fe, la primera tabla del ataúd en el que se enterraba la libertad?" Clave Barker - El crepúsculo en las torres

"Supuse entonces que cada escritor forja su tradición y su propia teoría de lo que debe ser un escritor" Santiago Gamboa - El síndrome de Ulises

"Ya me advirtió que no me enamorara, y es tal vez por ello que las cosas funcionan" Santiago Gamboa - El síndrome de Ulises

"Recuerdo haber pensado alguna vez que nuestro amor era el miedo compartido a estar solos" Juan Gabriel Vásquez - Los amantes de todos los santos

"Il traitait les femmes comme ses égales, mais les déshabillait comme si elles étaient ses supérieurs" Casanova

"El tiempo que cambia a las personas no modifica la imagen que de ellas nos ha quedado. Nada resulta más doloroso que esa oposición entre la alteración de las personas y la fijeza del recuerdo cuando caemos en la cuenta de que tenemos una vida vagabunda y una memoria sedentaria" Marcel Proust

"Quien renuncia a su vocación por <<razones prácticas>> comete la más impráctica idiotez. Además de la ración normal de desdicha que le corresponde en la vida como ser humano, tendrá la suplementaria de la mala consciencia y la duda". Mario Vargas wwLlosa - Historia secreta de una novela 

« Un traductor literario es un aspirante a escritor, es decir, casi siempre, un plumífero frustrado. Alguien que no se resignaría jamás a desaparecer en su oficio, como hacemos los buenos intérpretes. No renuncies a tu condición de caballero inexistente, querido, a menos que quieras terminar de clochard. » Mario Vargas Llosa. « Travesuras de la niña mala. »

« Lo que quiero decir es que no necesitas tener a alguien contigo para traer una nueva luz a tu vida. Está ahí fuera, sencillamente, esperando que la agarres, y todo lo que tienes que hacer es el gesto de alcanzarla. Tu único enemigo eres tú mismo y esa terquedad que te impide cambiar las circunstancias en que vives. » Krakauer, Jon. « Hacia Rutas Salvajes. » 

« Al lado de otro pasaje («Y así resultó que sólo una vida similar a la vida de aquellos que nos rodean, fusionándose con ella en armonía, es una vida genuina, y que una felicidad no compartida no es felicidad […]. Y eso era lo más irritante de todo.»), anotó: «LA FELICIDAD SÓLO ES REAL CUANDO ES COMPARTIDA.» » Krakauer, Jon. « Hacia Rutas Salvajes. » 

« La realidad a veces sale al paso de las buenas intenciones. » Carver, Raymond. « Tres rosas amarillas. » 

« De no mantener un diálogo vivo con sus clásicos el artista, el escritor, corre el riesgo de pasarse la vida descubriendo Mediterráneos. » Pitol, Sergio. « El arte de la fuga(c.1). » 

« un presidente liberal no le parecía ni más ni menos que un presidente conservador, sólo que peor vestido. » EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL CÓLERA. « GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ » 

« Al igual que las otras mujeres incontables que él amó, y aun las que lo complacían y se complacían con él sin amarlo, lo aceptó como lo que era en realidad: un hombre de paso. » EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL CÓLERA. « GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ » 

« Florentino Ariza se acordó de una frase que le oyó de niño al médico de la familia, su padrino, a propósito de su estreñimiento crónico: “El mundo está dividido entre los que cagan bien y los que cagan mal”. Sobre ese dogma, el médico había elaborado toda una teoría del carácter, que consideraba más certera que la astrología. Pero con las lecciones de los años, Florentino Ariza la planteó de otro modo: “El mundo está dividido entre los que tiran y los que no tiran”. Desconfiaba de estos últimos: cuando se salían del carril, era para ellos algo tan insólito, que alardeaban del amor como si acabaran de inventarlo. Los que lo hacían a menudo, en cambio, vivían sólo para eso. Se sentían tan bien que se portaban como sepulcros sellados, porque sabían que de la discreción dependía su vida. NO hablaban jamás de sus proezas, no se confiaban a nadie, se hacían los distraídos hasta el punto de que ganaban fama de impotentes, de frígidos, y sobre todo de maricas tímidos, como era el caso de Florentino Ariza. Pero se complacían con el equivoco, porque también el equívoco los protegía. » EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL CÓLERA. « GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ. »

« El estarse muriendo de ganas de que lo llamen a uno por teléfono y darse el gustazo de no responder, es prueba de respeto por sí mismo... » Alfredo Bryce Echenique. « La vida exagerada de Martín Romaña. » 

« Pensé en hablar solo, pero siempre he hablado solo y no le encontré demasiada gracia al asunto. » Alfredo Bryce Echenique. « La vida exagerada de Martín Romaña. »

« Claro, el pelotudo de Hemingway se lo trae a uno de las narices a París con frasecitas tipo éramos tan pobres y tan felices, gringo cojudo, cómo no se te ocurre poner una nota a pie de página destinada a los latinoamericanos, a los peruanos en todo caso, una cosa es ser pobre en París con dólares y otra cosa es serlo con soles peruanos, es casi como la diferencia esa que dicen que hay entre un desnudo griego y un peruano calato, qué pobres ni qué felices ni qué ocho cuartos, mira a esa muchacha que avanza ahí hacia un café cualquiera, ella está feliz, sí, eso es cierto, ella está feliz pero yo sólo estoy pobre. » Alfredo Bryce Echenique. « La vida exagerada de Martín Romaña. »

« La elección moral es el elemento fundamental del drama humano, porque se encuentra en el mismísimo corazón de la propia humanidad.
Ningún otro período de la historia constituye una fuente tan copiosa para el estudio de los dilemas, de la tragedia del individuo y de la tragedia de las masas, de la corrupción de la política del poder, de la hipocresía ideológica, de la egolatría de los mandos militares, de la traición, de la perversidad, del autosacrificio, del sadismo sin límites y de la compasión imprevisible. En resumen, la Segunda Guerra Mundial supone un reto a la generalización y a la categorización de los seres humanos que con tanta vehemencia rechazaba Grossman. » Beevor, Antony. « La segunda guerra mundial. »

« Vos lo único que te merecés, Colombia, es al maricón Gaviria, que con todos los huecos que te tapó y las calles que te construyó, te abrió la importación de carros y te embotelló el destino. ¿Por que lo elegiste, pendeja, quién te obligó? ¿Te pusieron acaso un revólver en la cabeza? Ahora ya no vas para ningún lado (si es que para alguno ibas), país de mierda. »Vallejo, Fernando. « El desbarrancadero. » 

« De ahí la naturaleza profundamente conservadora del matrimonio. Atacarlo, es disolver las bases mismas de la sociedad. Y de ahí también que el amor sea, sin proponérselo, un acto antisocial, pues cada vez que logra realizarse, quebranta el matrimonio y lo transforma en lo que la sociedad no quiere que sea: la revelación de dos soledades que crean por sí mismas un mundo que rompe la mentira social, suprime tiempo y trabajo y se declara autosuficiente. »Paz, Octavio. « El Laberinto De La Soledad. » 

« Pero la grandeza del hombre no está en eso. Está en su decisión de sobreponerse a su condición. Y si su condición es injusta, no tiene sino un modo de superarla y es ser justo él. » Camus, Albert. « Crónicas (1944-1953). » 

« Se trata, por el contrario y a nuestro parecer, de no permitir nunca que la crítica se convierta en insulto, se trata de admitir que nuestro oponente puede tener razón y que en cualquier caso sus razones, aunque malas, pueden ser desinteresadas. » Camus, Albert. « Crónicas (1944-1953). »

« ¡Ay mísero de mí, y ay infelice!
Apurar, cielos, pretendo,
ya que me tratáis así,
qué delito cometí
contra vosotros naciendo.
Aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido;
bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor,
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido. » Pedro Calderón de la Barca. « La vida es sueño. » 

« Eran personas descuidadas, Tom y Daisy... dañaban las cosas y a las personas y, entonces se refugiaban en su dinero o en su gran indiferencia, o en lo que fuera que los mantenía juntos, y dejaban que la otra gente limpiara los regueros que habían dejado... » Francis Scott Fitzgerald. « El gran Gatsby. » 

« Hay en el hecho de nacer una ausencia tal de necesidad, que cuando se piensa en ello con un poco más de detenimiento, a falta de saber cómo reaccionar, uno se queda con la boca abierta. » E. M. Cioran. « Del inconveniente de haber nacido. » 

« Tomás no se daba cuenta en aquella ocasión de que las metáforas son peligrosas. Con las metáforas no se juega. El amor puede surgir de una sola metáfora. » Milán Kundera - La insoportable levedad del ser.

« ¡Qué indefenso está el hombre ante los elogios! »Milán Kundera - La insoportable levedad del ser.

« Dejé de serlo cuando averigüé la diferencia entre escribir bien y mal; y luego hice otro descubrimiento mas alarmante todavía: la diferencia entre escribir bien y el arte verdadero; es sutil, pero brutal. ¡Y, después de aquello, cayó el látigo! Así como algunos jóvenes practican el piano o el violín cuatro o cinco horas diarias, igual me ejercitaba yo con mis plumas y papeles. » Capote, Truman. « Musica para camaleones. » 

Una novela destinada al fracaso



Ayer me enteré, revisando Facebook, que la periodista Maureén Maya Sierra, persuadida por los eternos giros del casi perenne juicio penal en el que se busca la verdad sobre los acontecimientos alrededor de la muerte de Luis Andrés Colmenares (un caso que ya toda Colombia se sabe de memoria), decidió escribir una novela en la que describiría los hechos de aquel 31 de octubre de 2010. Para aquella labor, la periodista (según lo dicen las reseñas del libro) se basó tanto en la vida real (no sé si en base a lo dicho por los medios comunicación o las partes procesales del juicio) como en la imaginación, por lo que estamos frente a una obra de ficción basada— en ese cliché que llaman— hechos reales.
Debo aceptar que no he leído el libro, sino sólo el primer capítulo que El Espectador ofrece en su página web. Sin embargo, con aquella pequeña lectura y un poco de osadía, me atrevo afirmar que el libro está destinado a no ser un éxito de ventas, como tampoco a ser una buena obra literaria. Lo primero, porque creo, con mucha razón, que salvo algún par de chismosos y desocupados, al resto de las personas no le va a interesar comprar un libro en el que se toca un tema casi quemado, que no produce titulares con la misma intensidad que lo hacía hace un poco más de un año y sin nada nuevo qué decir. Lo peor: pagando.

Recordemos algunos aspectos que hicieron famoso este proceso penal: luego de una fiesta de chicos universitarios de la —supuesta— clase dominante del país, uno de los jóvenes apareció muerto en un caño de un barrio del norte de Bogotá (donde viven de la clase media alta colombiana para arriba). En el primer informe de la policía (lleno de supuestas irregularidades), los investigadores dicen que lo que ahí ocurrió fue un suicidio. Luego, la mamá del chico muerto tiene un sueño en el que él le dice que lo mataron y por tanto, la familia pide un segundo concepto en el que se dictamina que el chico fue asesinado. Por tanto, los medios de comunicación arman un escándalo de padre y señor nuestro, en el que infieren que las autoridades colombianas estaban encubriendo a alguien con poder. Para ello, traen a colación una grabación de la abogada de la mamá de un chico del mismo círculo social, que ni siquiera estaba en la fiesta (pero que luego fue señalado como el presunto asesino y estuvo unos días en la cárcel), en la que dice que va hablar con el director de fiscalías para que se acabe rápido con el caso. Es de mencionar, que antes de la noche de la muerte, el supuesto asesino fue novio de una de las chicas de la fiesta, quien al parecer salía con el chico fallecido. A aquella chica, junto a otra amiga de ella, le fue dictaminada casa por cárcel, a raíz de una llamada interceptada por la policía judicial, en el que las dos estudiantes se comprometen a no decir nada sobre el caso. Lo “grave” de todo, es que aquellas niñas estudian en la Universidad de los Andes, una de los establecimientos de educación superior más caros de Colombia, en donde (supuestamente) sólo estudian los niños más ricos y poderosos del país, por lo que el escándalo tomó unos tintes mucho más grandes, gracias a los apetitos amarillistas de información de la ciudadanía. A partir de ahí, hemos tenido que soportar durante estos dos años a los medios de comunicación dando su versión de los hechos (como la resolución del caso), hemos tenido que ver a los abogados de la parte acusada, la fiscalía y la víctima peleando como aves de carroña por los restos de algún pobre animal y lo más probable es que vamos a saber de todo, menos la verdad de lo que ocurrió esa noche.
Esto que digo no es nuevo. Ya se ha debatido en innumerables columnas de opinión, programas radiales y noticieros televisivos. Infortunadamente para las partes procesales, todos los elementos llamativos, como las salidas en falso de sus abogados, convirtieron aquel caso de la vida real en una de esas novelitas semanales en las que cada semana hay un nuevo detalle, un nuevo special guest o un nuevo hecho.


Es por lo anterior, que pienso que a los ciudadanos les va dar comprar un libro basado en hechos reales, que no tiene nada nuevo qué decir, ni tampoco nada nuevo qué aportar. Infortunadamente para la escritora, las diferentes teorías y los constantes juicios irracionales de las personas del común (que dicho sea de paso, ha llevado a una polarización violenta que se puede observar en aquella cloaca en la que se han convertido los foros de los principales diarios del país), están a la orden del día en un periódico, un blog o en los pasillos de cotilleo de la empresa. Y lo peor de todo, gratis, sin necesidad de ocultar nombres, ni de disfrazar hechos. Por tanto, un libro que venga a decirnos lo mismo que se puede leer gratuitamente en una entrada, una nota de periódico o se pueda escuchar en un programa radial, no va a ser más que una redundancia, una noticia llegada a destiempo, una pepita de arena en el mar, que no tendrá mayor tiraje que el dado por la editorial en la FILBO.
Ahora bien, como segundo punto señalé que va a ser una mala obra literaria y lo anterior lo baso en algo tan simple, como que la novela dice las cosas que sólo la novela puede decir. O dicho de otro modo, la obra literaria debe aportar algo que la realidad no tiene, debe ofrecer un aspecto apócrifo, que vaya más allá y nos ofrezca el descubrimiento de algo que no sabíamos o que ya sabíamos, pero que por su forma es como si fuese la primera vez. Algunos podrán recordar el juicio de Anthoine Berthet, un seminarista de cuna pobre, que trabajó para aprender idiomas y subir los escalones de la escalera social. Este sujeto (si nos atenemos a la crónica hecha por Michelle Duffléard) llegó a trabajar para una dama de la alta sociedad a la cual intentó seducir, sin éxito. Por lo anterior, cayó en un estado de locura que lo llevó a celarla a tal extremo, que la intentó matar un día cualquiera en la iglesia. Aquel caso generó revuelo en toda la sociedad de su época y llamó la atención de un escritor que firmaba sus libros como Stendhal, quien se maravilló con todos los elementos alrededor del juicio y escribió una obra maestra del realismo (y de la literatura en general), en la que lo importante no era si Julián Sorel, había intentado asesinar a la madre de sus estudiantes, sino porque al relatarse la vida del seminarista, obligatoriamente es menester transitar por la condición humana, el arribismo, el amor, las clases sociales y la sociedad. Esto no se ve en la novela de Colmenares.

 Y no se ve, porque para la autora importa más desentrañar el crimen y mostrar algunas facetas “no conocidas” del desaparecido, que hablar sobre la justicia, sobre el medio social tan darwiniano en el que viven los estudiantes de Los Andes, sobre la justicia, sobre la banalidad juvenil, sobre el nulo valor de la vida, sobre la intransigencia de los abogados, sobre el amor...y sobre tantos otros aspectos que han mantenido expectantes a los colombianos. Esa fue la novela que debió escribir la citada escritora si quería una buena obra literaria. No este panfleto a favor de la víctima, que se olvida de uno de las críticas más fuertes hechas por Gabo sobre la novela de la violencia:
Como modelo de la terrible novela que aún no se ha escrito en Colombia, tal vez ninguno sea mejor que la apacible novela de Camus. Un breve episodio del género humano en el cual ni siquiera los microbios de la peste son definitivamente malos, ni sus víctimas necesariamente buenas. Quienes vuelvan sobre el tema de la violencia en Colombia, tendrán que reconocer que el drama de ese tiempo no era sólo el del perseguido, sino también el del perseguidor. Que por lo menos una vez, frente al cadáver destrozado del pobre campesino, debió coincidir el pobre policía de a ochenta pesos, sintiendo miedo de matar, pero matando para evitar que lo mataran. Porque no hay drama humano que pueda ser definitivamente unilateral”.
Por último y para cerrar esta entrada, quisiera expresar que me parece que la novela empieza tomando tintes poco convincente. En una de las primeras conversaciones, luego del cruce entre el chico Colmenares y el antagonista Bárcenas, narra la autora:
-¿Qué fue eso?- preguntó desconcertado el amigo que caminaba junto a Luis Andrés.

-Es el ex de Lorena que quiere volver con ella. No se resigna

-Te acaba de amenazar- exclamó con preocupación (nota mía: no hay signos de exclamación en el párrafo), pero Luis lo miró con incredulidad-. ¿No viste el gesto que te hizo?

-Si lo vi, pero no lo entendí.

-Eso es una llave, quiere decir que está esperando el momento…explicó alarmado.
¿Alguno de ustedes se lo creyó? Porque yo sinceramente no. Al leer aquella conversación, pensé de inmediato en aquellos actores que sobreactúan de la peor manera posible. Porque no sé, el lenguaje me parece poco verosímil y a pesar de que poco después, la autora intenta dar un lenguaje más natural a través de expresiones que normalmente deberían decir los chicos a esa edad, lo sigo viendo de lejos sin creérmelo, como uno de esos chismes mal contados. 

Imagenes tomadas de: 
-http://www.publimetro.co/_internal/gxml!0/r0dc21o2f3vste5s7ezej9x3a10rp3w$s0jx31kjxzcitjwdhtsbohplo04b2g1/Captura-de-pantalla-2012-06-08-a-la(s)-12.jpeg
-http://www.usergioarboleda.edu.co/altus/twitter-colmenares.jpg

-https://revistapantallas.files.wordpress.com/2013/05/ellebrity-2012-720p-web-dl-dd5-1-h-264-ngb-mkv_000607148.jpg

PS: Mientras buscaba algunas imagenes para adornar esta entrada, me encontré con este escrito de una estudiante de Los Andes, que recomiendo.

miércoles, 7 de mayo de 2014

Dos o tres cosas sobre la novela en Colombia - García Márquez



La primera vez que supe de este artículo, fue en Historia de un deicidio de Mario Vargas Llosa. Desde entonces lo he estado buscando como loco en diferentes bibliotecas y libros, con resultados totalmente negativos. Afortunadamente, hace algunas semanas la revista Arcadia lo publicó y ahora me permito compartirselos.

La Calle, Bogotá, Año 2, No. 103, pgs. 12-13, 9 de octubre de 1959

Las personas de temperamento político, y tanto más cuanto más a la izquierda se sientan situadas, consideran como un deber doctrinario presionar a los amigos escritores en el sentido de que escriban libros políticos. Algunos, tal vez no más sectarios pero si menos comprensivos, se sienten obligados a descalificar, más en privado que en público, a los escritores amigos cuyos trabajos no parecen políticamente comprometidos de manera evidente. Tal vez ninguna circunstancia de la vida colombiana ha dado más motivo a ese género de presiones, que la violencia política de los últimos años. Una pregunta oyen con frecuencia los escritores: “¿Cuándo escribe algo sobre la violencia?” O también un reproche directo: “No es justo que cuando en Colombia ha habido 300.000 muertes atroces en 10 años, los novelistas sean indiferentes a ese drama.” La literatura, suponen sin matices preguntantes y reprochadores, es un arma poderosa que no debe permanecer neutral en la contienda política.
Conozco a algunos escritores que están de acuerdo en principio con ese punto de vista. Pero en la práctica —para utilizar los mismos términos que suelen movilizarse en las tertulias sobre el tema— acaso no hayan podido resolver su más aguda contradicción: la que existe entre sus experiencias vitales y su formación teórica. Conozco escritores que envidian la facilidad con que algunos amigos se empeñan en resolver literariamente sus preocupaciones políticas, pero sé que no envidian los resultados. Acaso sea más valioso contar honestamente lo que uno se cree capaz de contar por haberlo vivido, que contar con la misma honestidad lo que nuestra posición política nos indica que debe ser contado, aunque tengamos que inventarlo.
He oído decir a algunos escritores y es preciso creerles a los escritores cuando revelan secretos de su profesión, que la invención tiene que ver muy poco con las cosas que escriben. Consideran que ninguna aventura de la imaginación tiene más valor literario que el más insignificante episodio de la vida cotidiana. Y no lo creen por principio, sino porque la práctica diaria, el esfuerzo de varios años, el haberse trasnochado frente a la máquina de escribir y haber roto mucho y publicado poco, y el haber tenido por eso mismo oportunidad de saber que escribir cuesta trabajo, los ha arrastrado —digamos por la fuerza— a ese convencimiento.

El caso de las novelas equivocadas

Cuando se les exige que aprovechen la violencia con todas sus posibilidades literarias, y también con todas sus implicaciones políticas, los escritores que no vivieron la violencia tienen derecho a preguntar por qué no se les hace la misma exigencia en su oficio a los reporteros. Y los reporteros tienen derecho a defenderse con el contragolpe de que no es honesto escribir reportajes inventados. Me atrevo a creer que un escritor consciente tiene derecho a soltar el mismo contragolpe.
Quienes han leído todas las novelas de violencia que se escribieron en Colombia, parecen de acuerdo en que todas son malas, y hay que confiar en que estén secretamente de acuerdo con ellos algunos de sus propios autores. No es asombroso que el material literario y político más desgarrador del presente siglo en Colombia, no haya producido ni un escritor ni un caudillo. Por lo menos en lo que corresponde a la literatura, la cosa parece tener sus explicaciones. En primer término, ninguno de los señores que escribieron novelas de violencia por haberla visto, tenía según parece suficiente experiencia literaria para componer su testimonio con una cierta validez, después de reponerse del atolondramiento que con razón le produjo el impacto. Otros, al parecer, se sintieron más escritores de lo que eran, y sus terribles experiencias sucumbieron en la retórica de la máquina de escribir. Otros, también, al parecer, despilfarraron sus testimonios tratando de acomodarlos a la fuerza dentro de sus fórmulas políticas. Otros, sencillamente, leyeron la violencia en los periódicos, o la oyeron contar, o se la imaginaron leyendo a Malaparte. Había que esperar que los mejores narradores de la violencia fueran sus testigos. Pero el caso parece ser que estos no se dieron cuenta de que estaban en presencia de una gran novela, y no tuvieron la serenidad ni la paciencia, pero ni siquiera la astucia de tomarse el tiempo que necesitaban para aprender a escribirla. No teniendo en Colombia una tradición que continuar, tenían que empezar por el principio, y no se empieza una tradición literaria en 24 horas. Desgraciadamente, hasta este momento, no parece que algún escritor profesional, técnicamente equipado para la vida, haya sido testigo de la violencia.

No todos los caminos conducen a la novela

Probablemente, el mayor desacierto que cometieron, quienes trataron de contar la violencia, fue el de haber agarrado —por inexperiencia o por voracidad— el rábano por las hojas. Apabullados por el material de que disponía, se los tragó la tierra en la descripción de la masacre, sin permitirse una pausa que les habría servido para preguntarse si lo más importante, humana y por tanto literariamente, eran los muertos o los vivos. El exhaustivo inventario de los decapitados, los castrados, las mujeres violadas, los sexos esparcidos y las tripas sacadas, y la descripción minuciosa de la crueldad con que se cometieron esos crímenes, no era probablemente el camino que llevaba a la novela. El drama era el ambiente de terror que provocaron esos crímenes. La novela no estaba en los muertos de tripas sacadas, sino en los vivos que debieron sudar hielo en su escondite, sabiendo que a cada latido del corazón corrían el riesgo de que les sacaran las tripas. Así, quienes vieron la violencia y tuvieron vida para contarla, no se dieron cuenta en la carrera de que la novela no quedaba atrás, en la placita arrasada, sino que la llevaban dentro de ellos mismos.  El resto —los pobrecitos muertos que ya no servían sino para ser enterrados— no eran más que la justificación documental.

El arte de no poner los pelos de punta

Una novela sirve para ilustrar estas parrafadas: La peste, de Albert Camus. Quienes hayan leído las crónicas de las pestes medievales, comprenderán el rigor que debió imponerse Camus para no desbordarse en descripciones alucinantes. Basta recordar los saturnales de los pestíferos en Génova, que cavaban sus propias sepulturas y se entregaban al borde de ellas a toda clase de excesos, hasta cuando sucumbían a la peste y otros pestíferos de última hora los empujaban con un palo a las sepulturas. Hay que recordar las luchas encarnizadas en que los agonizantes se disputaban un hueco en la tierra, para darse cuenta de que Camus tenía suficiente documentación para ponernos los pelos de punta durante dos noches. Pero acaso la misión del escritor en la tierra no sea ponerles los pelos de punta a sus semejantes.
En cada página de La peste se descubre que Camus sabía todo lo que se puede saber sobre las pestes medievales, y que se había informado a fondo de sus características, de la forma y las costumbres de su microbio, y hasta de los tratamientos empleados en todos los tiempos. Casi como al descuido, esos conocimientos están aprovechados a todo lo largo del libro, inclusive con estadísticas y fechas, pero estrictamente calibrados en su función de soporte documental. Otro grande escritor de nuestro tiempo —Ernest Hemingway— explicó su método a un periodista, tratando de contarle cómo escribió El viejo y el mar. Para llegar a ese pescador temerario, el escritor había vivido media vida entre pescadores; para lograr que pescara un pez titánico, había tenido él mismo que pescar muchos peces, y había tenido que aprender mucho, durante muchos años, para escribir el cuento más sencillo de su vida. “La obra literaria —decía Hemingway— es como el ‘iceberg’: la gigantesca mole de hielo que vemos flotar, logra ser invulnerable porque debajo del agua la sostienen los siete octavos de su volumen.”
Algo semejante ocurre en La peste. Apenas estalla el dramatismo cuando salen las ratas a morir en la calle, o en el vómito negro y los ganglios supurados de un portero, mientras la invisible población de Orán está siendo exterminada por la peste, Camus —al contrario de nuestros novelistas de la violencia— no se equivocó de novela. Comprendió que el drama no eran los viejos tranvías que pasaban abarrotados de cadáveres al anochecer, sino los vivos que les lanzaban flores, desde las azoteas, sabiendo que ellos mismos podían tener un puesto reservado en el tranvía de mañana. El drama no eran los que escapaban por la puerta falsa del cementerio —y para quienes la amenaza de la peste había por fin terminado— sino los vivos que sudaban hielo en sus dormitorios sofocantes sin poder escapar de la ciudad sitiada. Sin duda, Camus no vio la peste. Pero debió sudar hielo en las terribles noches de la ocupación, escribiendo editoriales clandestinos en su escondite de París, mientras sonaban en el horizonte los disparos de los nazis cazando resistentes.
La alternativa del escritor, en ese momento, era la misma de los habitantes de Orán en las interminables noches de la peste, y era la misma de los campesinos colombianos en la pesadilla de la violencia.

Hay otro drama detrás del fusil

Como modelo de la terrible novela que aún no se ha escrito en Colombia, tal vez ninguno sea mejor que la apacible novela de Camus. Un breve episodio del género humano en el cual ni siquiera los microbios de la peste son definitivamente malos, ni sus víctimas necesariamente buenas. Quienes vuelvan sobre el tema de la violencia en Colombia, tendrán que reconocer que el drama de ese tiempo no era sólo el del perseguido, sino también el del perseguidor. Que por lo menos una vez, frente al cadáver destrozado del pobre campesino, debió coincidir el pobre policía de a ochenta pesos, sintiendo miedo de matar, pero matando para evitar que lo mataran. Porque no hay drama humano que pueda ser definitivamente unilateral.
Con todo, un valioso servicio nos han prestado los testigos de la violencia, al imprimir sus testimonios en bruto. Hay que confiar en que ellos prestarán buena ayuda a quienes sobrevivieron a la violencia y se están tomando el tiempo para aprender a escribirla, y en todo caso a los numerosos niños que la padecieron como una pesadilla de la infancia y ahora están creciendo en silencio sin olvidarla. La aparición de esa gran novela es inevitable en una segunda vuelta de ganadores. Aunque ciertos amigos impacientes consideren que entonces será demasiado tarde para que sirva de algo el contenido político que tendrá sin remedio, en cualquier tiempo.

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Tomado de “De Europa y América” (1955-1960), Obra periodística Vol. 4.
Gabriel García Márquez, pags. 763-767. Barcelona: Brugera, 1983.
De Europa y América” (1955–1960), Obra periodística 3, Barcelona: Mondadori, 1992, pp 646–650.

Muchas gracias a la revista arcadia por compartirnos este artículo.


Imagen tomada de: https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj3b4I-Pjk89BTMumW5AJC_a8e4Eok3N6y0XGZ1-DqqsPG152QeXzTutY4QfPm-wMn-dOi5mjIdmg18jLlnaA7UmKCkpN-0eeu2zvL3IK4jHD8ZuSgONxkbSefGIWJnU99BrBW18Cw6-fk/s400/BOTERO+1.jpg

sábado, 3 de mayo de 2014

FILBO, medios de comunicación y Vargas Llosa



No sé ustedes, pero aquella intervención banal y desafortunada de aquel defensor de la “revolución” contra la cual “conspiran” Mario Vargas Llosa, Álvaro Uribe y Ricardo Montaner, me parecía una simple anécdota, uno de esos chascarrillos que no merecen mucha atención. Sin embargo, la efeméride de información que se ha dado me hace preguntarme (de nuevo) si estamos bien informados y si merecemos ser bombardeados por notas y comentarios sobre un hecho del que en una semana nadie se va acordar.

Lo primero que tengo que decir es que no estuve presente en la FILBO de este año, pero sí oí al señor en vivo y en directo, desde 8000 kilómetros a la distancia, lejos de mi país y a través de Canal Capital, al cual llegué a la una y media de la mañana (hora de acá), mucho tiempo después de que mi hermana y un amigo de ella hubiesen entrado en CORFERIAS, a las dos de la tarde (hora colombiana), con el ánimo doble de obtener la firma de Vargas Llosa en algunos de los libros que dejé y que había—por cierto— comprado de segunda tanto en el parque de los periodistas, hace ya más de un año, cuando todavía vivía en Colombia. 




Como pueden observar en las fotos de arriba que me mandó ella, faltando dos horas para empezar la firma de libros, la fila que había era una cosa impresionante y la mayoría de los que estuvieron parados durante un buen tiempo, se quedaron sin entrar a que les estamparan el autógrafo en sus libros, puesto que (como me cuenta mi hermana que estuvo en esa fila treinta minutos) sólo entraron los que tenían un ficho repartido a la una de la tarde (dicho sea de paso, tres horas antes de la firma de libros, cinco antes del inicio del conversatorio y una antes de que mi hermana llegase al lugar) del que la mayor parte de la gente no tuvo idea, ni era informado por los organizadores de la FILBO. Lo peor del caso es que (hasta donde yo sé y sí alguien tiene una prueba de lo contrario le agradezco me la haga saber) en la página de la feria del libro no aparece este pequeño detalle y en las pantallas no se dijo nada, por lo que muchos visitantes se quedaron erráticos en aquellas filas inútiles (de esas que a cada rato hacen en distintos lugares de Colombia).




Luego del anterior impase, mi hermana se dirigió a la otra fila que daba entrada al Auditorio José Asunción Silva, donde se encontró con otra fila de tamaño monumental que la hizo pensar si valía la pena estar dos horas con una gran probabilidad de no entrar o irse. Afortunadamente ella se quedó y logró entrar a un auditorio que se hizo pequeño a pesar de las 750 plazas en las que había lagartos (cuerpo diplomático), expresidentes, escritores y gente de todo tipo de ralea esperando al rockstar del día, a quien probablemente ya le hubiesen oído el discurso ya mil veces dicho sobre el proceso de creación de La ciudad y los perros. Y ojo, no estoy diciendo que sea malo, porque yo no me canso de oír a Vargas Llosa y acepto que leo sus columnas quincenales como un beato (a pesar de no comulgar muchas veces con ellas), pero en honor a la verdad creo que siempre que le preguntan sobre su primera novela, vuelve siempre a los mismos lugares, a las mismas influencias y a las mismas anécdotas. Aquella suposición fue confirmada por un mensaje por WhatsApp de mi hermana en el que me escribió “empezó a contar lo mismo que dijo en la otra conferencia” (i.e. la del Hay Festival) y bueno, luego de eso pensé en simplemente irme a dormir en esta parte del mundo, donde ya era un poco más de la una de la mañana. 

Sin embargo, por esas casualidades de la vida, revisé mi celular antes de poner la cabeza sobre la almohada y vi el mensaje de una amiga en el que me había hecho una pregunta a través del chat de Facebook y pues bueno, entré a la red social, respondí y me encontré con el pequeño anuncio de la página de Facebook de la FILBO en donde invitaban a acompañarlos en el conversatorio entre Juan Gabriel Vásquez y Vargas Llosa. Imaginé que el mensaje iba dirigido a todos aquellos que se encontraban en CORFERIAS, pero no. Cuál fue mi sorpresa al ver un comentario en donde se mencionaba que Canal Capital estaba pasando el conversatorio en directo.

Inmediatamente tomé mi tableta y bajé cuatro (de los ocho pisos sin ascensor) de este tétrico edificio en el que vivo y me le pegué a la puerta de un apartamento al cuál le descubrí la clave del Wi-Fi (no tengo acceso a internet en mi cuarto y mi única comunicación con la red, como dije antes, es mi celular, cuyo plan es tan pequeño que dos minutos del vídeo en vivo me dejarían sin internet por el resto del mes) y bueno, observé parte de la conversación en la que Vásquez le preguntó al escritor peruano sobre los ensayos escritos por la generación del Boom Latinoamericano en los años 60; sobre el humor y el melodrama en la literatura (más exactamente en Pantaleón y las visitadoras); sobre La guerra del Fin del Mundo (que dio lugar a una espléndida exposición sobre la Guerra de Canudos y el libro Los sertones de Euclides da Cunha) y en fin, sobre una serie de temas que llevaron la conversación más allá de las preguntas y respuestas casi ensayadas que se pueden escuchar en otros archivos de audio. De aquella hora sentado en el piso sucio del frío y estrecho pasillo del edificio sólo me lamento de que el streaming de aquel canal fuese en ocasiones tan malo y se cayera incluso por varios minutos que me hacían perder el hilo de la conversación. Por lo anterior, al día siguiente me puse a buscar en Dailymotion y Youtube si alguien había subido la conversación entera y sólo me encontré con el discurso que dio Vargas Llosa en el día inaugural de la FILBO (cuyo visionado recomiendo) y varios vídeos sobre el incidente pacato de aquel día: para empezar, una nota periodística en la que la presentadora se enreda y le echa vaina al hijo de Mario Vargas Llosa (diciendo que es un propagandista de la ultra-derecha y que es un intolerante) antes de que la voz en off de otra chica empieza a hablar sobre el incidente “que Mario Vargas Llosa nunca va a olvidar” (como si fuera la primera vez que le pasara esto…)

Además me encontré con que en los medios de comunicación escritos de Colombia también le dedicaron varias páginas a rememorar el chascarrillo, sin importarles el resto de cosas importantes e interesantes que se dijeron a lo largo de la casi hora y media, a diferencia —por ejemplo— del artículo de El País de España en el que  la creación literaria y la obra de Mario Vargas Llosa tiene un lugar central. Y bueno es aquí donde observamos cómo nos “informan” los medios de comunicación en Colombia. En el pasado Salon du livre de París, en el momento de las preguntas a Quino, una Venezolana empezó a emitir un memorial de agravios contra el gobierno de Maduro antes de preguntarle al creador de Mafalda si estaba de acuerdo con la violación de derechos humanos en aquel país. Aunque la pregunta fue hecha en el espacio adecuado y con respeto (a diferencia del colombiano que buscaba ofuscarse por la “conspiración” contra la “revolución”), hubo varias rechiflas y aplausos por parte de los asistentes que no aparecieron por ningún lado en los periódicos franceses (o por lo menos no en los que yo leo, que hicieron reseñas sobre las obras de diferentes argentinos como también sobre las declaraciones de Quino sobre su creación). Sería fácil entrar en la reflexión sobre qué noticias son informativas y cuáles no, qué vale la pena saber y qué no, pero luego de ver la gigantesca cantidad de comentarios por parte de los internautas, creo que no vale la pena. Porque si ustedes se ponen a mirar los comentarios sobre aquella noticia, hay varios que lanzaron la ya conocida acusación de denominar a Vargas Llosa como escritor de la ultra-derecha (casi que hermanado con el procurador), de ensañarse con sus libros (los cuales, como dejan en evidencia en sus diatribas, no leyeron los comentaristas) y lo más gracioso de todo, fue un comentarista que basado en la mala redacción de la nota de El Tiempo, se quejó (¡en serio¡) de que las personas abuchearan al revolucionario asistente que en una gesta prometeica rompió un libro y luego le dijo al escritor peruano “se comienza rompiendo los libros y se termina matando gente” (sí, el tipo le creyó 100% a El Tiempo, sin pasar la nota por el tamiz del sentido común).

Y pues bueno, ante esto uno no sabe qué decir. Sólo que si alguien tiene la conversación completa la suba para poder verla sin las interrupciones del streaming.

viernes, 2 de mayo de 2014

Los funerales de García Márquez



“¿En qué orilla se pararía Gabriel García Márquez?” se preguntaba El Espectador en su crónica sobre la ceremonia funeraria del escritor colombiano. ¿En la de los ciudadanos de a pie que bajo un torrencial aguacero observaban a través de una pantalla la ceremonia de “homenaje” al escritor? ¿O en la de la Catedral Primada en la que los nobles ministros, senadores, magistrados, el cardenal y el Presidente de la República descansaban cubiertos de la lluvia y resguardados como gente de bien, de esa chusma que afuera se mojaba, se iba, se quedaba y empezaba a oler a perro?  No sé, pero seguramente creo que no sería en la primera. Aunque eso es lo de menos, porque de nuevo, el tema García Márquez ha servido para dejar en evidencia una grotesca feria de las vanidades de esas que a cada rato nos traen nuestros queridos padres de la patria.

Empecemos con un hecho: Santos violó la Constitución. El lunes, un poco antes del homenaje en México, David Osorio se quejaba (en su blog De avanzada) de que “uno pensaría que la muerte del escritor se conmemoraría construyendo bibliotecas, con rebajas en las entradas a los museos, inaugurando escuelas, promoviendo librerías y negocios editoriales, pero ¿esto? En plena carrera presidencial el Gobierno ha sabido aprovechar la muerte de Gabo para volver a recurrir al proselitismo religioso”. Y es una crítica totalmente válida porque Colombia es, en teoría, en papel, en nada y a la vez todo un Estado laico en el cual está prohibido el proselitismo religioso del que hicieron gala el señor cardenal y sus compañeros de la Santa Sede. Incluso, la misma elección de la Catedral Primada de Bogotá como lugar para realizar el homenaje gubernamental, es violatorio de la Constitución, porque a pesar de su simbolismo y de su antigüedad y de todo lo que quieran, es un templo religioso. Pero a ninguna de las autoridades le importa porque estaban allá, complaciéndose entre sí, saludándose, abrazándose, lagarteándose y diciendo ante las cámaras de televisión una sarta de lugares comunes sobre la obra de un escritor, que seguramente nunca habrán leído (o de pronto en resúmenes de esos que les enviaron sus protegidos para parecer cultos frente a las cámaras de televisión).   

Y esto es lo cierto de aquel homenaje espurio: el evento no fue a favor de García Márquez, sino una gastadera injustificada de plata para que el presidente Santos lanzara un discurso a favor de su reelección, para que los senadores y magistrados aparecieran en televisión sentándose y rindiéndole pleitesía a un tipo que sólo significaba para ellos la foto en la revista jet-set y como plus, para que se tomaran fotos que seguramente aparecerán en la próxima edición de la revista Caras. Porque sí, aquella bondadosa e impermeable “élite de Bogotá, que tiende a juzgar a la gente por los apellidos y la ropa que lleva”, que cuando vio al reportero García Márquez en Bogotá, “no pasaba todavía por alto su origen provinciano, costeño; sus pelos abruptos, sus calcetines rojos y quizás su incapacidad para distinguir los cubiertos del pescado de los cubiertos del postre” (citando a Plinio Apuleyo en el Olor de la guayaba), se valió de su muerte para dar lugar a su feria de las vanidades, a su grotesca feria de vanidades que seguramente habrá aparecido en las primeras páginas de los periódicos, en los titulares de los periódicos y en los que seguramente se habló de todo (de política, de elecciones, del traje de la señora del senado). Pero no de literatura.



No sé ustedes, pero creo que la elección de un lugar católico (a diferencia de México en donde se le rindió homenaje en un lugar sin contenido religioso) no fue casualidad. En Latinoamérica la Iglesia Católica siempre le ha gustado la cámara, el victimismo y el poder. Y no es sino paradójico que aquellos tres poderes (el público, el religioso y el militar) que le jodieron la vida a García Márquez durante gran parte de su vida (antes de la etapa farandulera) ahora se invente un dizque homenaje, ¡en el que ellos son los homenajeados! No esperaba menos de estos padres de la patria. 



Imagenes tomadas de:

-http://www.elcolombiano.com/BancoMedios/Imagenes/gabriel-garcia-marquez-funeral-colombia-640x280-22042014.jpg
- http://www.pulzo.com/sites/default/files/2_324.jpg