“All the lonely people, where do they all come
from?”
The Beatles
La navidad del año pasado fue una
de las menos frías de los últimos tiempos en la capital francesa, o eso es lo
que me dicen todas las personas que —conozco y— llevan viviendo más de un año
en este lugar. Algunos me comentaron que el invierno fue en verdad un otoño
alargado, que la navidad no se sentía como navidad y que no hacía frío, sino
fresco (a pesar que debajo del abrigo yo temblaba congelado). Adicional a ello,
todos estuvimos a la espera de la nieve, sobre la que nos avisaron en el estado
del tiempo desde noviembre, sin que se apareciera por ningún lado, negándome la
oportunidad de correr por primera vez como un niño detrás de un copo de nieve
(sí, no los conozco; sí, es mi primera vez fuera del país). Pero qué se le
hace.
Por aquel entonces estaba (como
ahora) clavado estudiando, teniendo exámenes y yendo a todas las clases, que
duraron hasta la segunda semana de diciembre en la que nos dieron vacaciones de
tres semanas, en cuyo tiempo pudimos hacer lo que se nos viniera en gana.
Algunos chicos (chicas más bien) —mamados de París— se fueron a coger el primer
avión, tren o bus para irse alguna ciudad “cercana” como Amsterdam, Roma o
Barcelona; otros con más dinero se devolvieron para su casita a visitar a sus
padres un par de días, antes de volver en enero a retomar los estudios. Yo me
quedé en la ciudad, esperando aprovechar mis prerrogativas como estudiante
menor de 25 años entrando a museos (como el Louvre) gratis y por días enteros.
Sin embargo, poco a poco llegó el
24 de diciembre y lo cierto es que acá no arman parrandas ni súper fiestas como
en Colombia en donde la gente se mete y se goza hasta un vallenato mal bailado.
No. Acá la costumbre es hacer una cena de navidad en donde las personas más
cercanas comparten las unas con las otras y la fiesta la dejan para el 31 con
los amigos. Por tanto, aquel día tuve que quedarme solo, leyendo hasta las 9 de
la noche, antes de tener que salir de la casa en la que vivía por aquel
entonces para comprar en un tabac un
—carísimo—paquete de cigarrillos (mi regalo de navidad para mí mismo y luego
caminar por la ciudad. Digo que tuve que salir, porque vivía en aquel momento
en una de esas casas de familia en las que es más fácil obtener hospedaje (uno
de los requisitos para la visa), en donde tenían su cena de navidad a la cual—claro
está— yo no estaba invitado. Qué se le hace.
Debo confesar que ya casi
cumplido un año de mi llegada acá, no he tenido muchos amigos con los cuales
compartir, puesto que si bien he conocido una que otra persona, me ha tocado
estudiar mayoritariamente con gringos (ergo estadounidenses) que forman un
círculo bien cerrado que ocasionalmente deja entrar europeos, pero hasta ahí,
nada de latinoamericanos (salvo excepciones); como también con asiáticos, que
son otra suerte de gringos, pero más buena gente. Por tanto la mayoría de
personas con las que me he relacionado son gentes que me saludan, me preguntan
qué tal las cosas y se van. Para completar todo lo anterior, los colombianos
con los que estudio son o mujeres que tienen novio francés (una gran porción) a
las que no les interesa conocer más gente o mujeres que lo buscan y por tanto, uno
no entra en su círculo social. No ayuda de a mucho que varias de esas mujeres
sean de —lo que en Colombia consideramos— clase “alta” (no hablamos de Santo
Domingos o Sarmientos Angulos, sino de la hija del gerente del banco), por lo
que al yo no tener finca o apellidos, quedo descartado para cualquier tipo de
amistad con esas personas. Pero qué se le hace. No quiero decir con ello que
los colombianos que están acá son todos así. También hay muchos buena gente,
que estudian mucho y son abiertos con las personas sin importar la declaración
de renta (o la de mis papás), el pasaporte o la tarjeta de crédito; pero el
fantoche que todavía anda pendiente de las cuentas bancarias de uno, sigue
presente, a pesar de que por fuera todos tenemos la misma etiqueta de
extranjeros. Pero bueno. Muchas de las tonterías del país lo siguen a uno por
fuera.
En todo caso, estuve solo el día
de navidad y no me pareció del todo malo. La soledad me ha permitido en estos
más de seis meses leerme libros gigantescos para los que antes no había tenido
mucho tiempo y dedicar horas a cosas para las que antes tenía que andar buscando
un huequito en mi horario. Creo que cuando uno está por fuera de su país y
lejos de la gente que uno conoce, o por lo menos siente como familiar, lo peor
que uno puede hacer es encerrarse a lamentarse de su suerte y a aspirar una
vida con más personas. ¡Por favor! No voy a negar que sea importante estar con
otras personas, pero si uno está sólo lo mejor es disfrutar lo más posible que
uno pueda. La nostalgia y la añoranza son sentimientos inevitables, pero son
los peores enemigos para una larga estadía por fuera del país. Además, hay que
recordar que el hombre es un lobo para el hombre y en Bogotá, Roma u Oslo,
también hay gente jodida.
Por tanto aquella noche salí, caminé bajo la lluvia,
me mojé, me resbalé, me reí como un bobo en las solitarias calles parisinas y
me topé con uno que otro personaje que caminaba por ahí. Sin embargo y por
sobre todo, tomé fotos que les comparto en el día de hoy. No soy fotógrafo profesional,
ni tengo intenciones de mostrar algo profesional, por lo que es una entrada sin
mayores pretensiones que compartirles algo de ese día.
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