sábado, 17 de mayo de 2014

Crónicas eladiolinarescas: Navidad en París



“All the lonely people, where do they all come from?”

The Beatles

La navidad del año pasado fue una de las menos frías de los últimos tiempos en la capital francesa, o eso es lo que me dicen todas las personas que —conozco y— llevan viviendo más de un año en este lugar. Algunos me comentaron que el invierno fue en verdad un otoño alargado, que la navidad no se sentía como navidad y que no hacía frío, sino fresco (a pesar que debajo del abrigo yo temblaba congelado). Adicional a ello, todos estuvimos a la espera de la nieve, sobre la que nos avisaron en el estado del tiempo desde noviembre, sin que se apareciera por ningún lado, negándome la oportunidad de correr por primera vez como un niño detrás de un copo de nieve (sí, no los conozco; sí, es mi primera vez fuera del país). Pero qué se le hace.

Por aquel entonces estaba (como ahora) clavado estudiando, teniendo exámenes y yendo a todas las clases, que duraron hasta la segunda semana de diciembre en la que nos dieron vacaciones de tres semanas, en cuyo tiempo pudimos hacer lo que se nos viniera en gana. Algunos chicos (chicas más bien) —mamados de París— se fueron a coger el primer avión, tren o bus para irse alguna ciudad “cercana” como Amsterdam, Roma o Barcelona; otros con más dinero se devolvieron para su casita a visitar a sus padres un par de días, antes de volver en enero a retomar los estudios. Yo me quedé en la ciudad, esperando aprovechar mis prerrogativas como estudiante menor de 25 años entrando a museos (como el Louvre) gratis  y por días enteros.



Sin embargo, poco a poco llegó el 24 de diciembre y lo cierto es que acá no arman parrandas ni súper fiestas como en Colombia en donde la gente se mete y se goza hasta un vallenato mal bailado. No. Acá la costumbre es hacer una cena de navidad en donde las personas más cercanas comparten las unas con las otras y la fiesta la dejan para el 31 con los amigos. Por tanto, aquel día tuve que quedarme solo, leyendo hasta las 9 de la noche, antes de tener que salir de la casa en la que vivía por aquel entonces para comprar en un tabac un —carísimo—paquete de cigarrillos (mi regalo de navidad para mí mismo y luego caminar por la ciudad. Digo que tuve que salir, porque vivía en aquel momento en una de esas casas de familia en las que es más fácil obtener hospedaje (uno de los requisitos para la visa), en donde tenían su cena de navidad a la cual—claro está— yo no estaba invitado. Qué se le hace.

Debo confesar que ya casi cumplido un año de mi llegada acá, no he tenido muchos amigos con los cuales compartir, puesto que si bien he conocido una que otra persona, me ha tocado estudiar mayoritariamente con gringos (ergo estadounidenses) que forman un círculo bien cerrado que ocasionalmente deja entrar europeos, pero hasta ahí, nada de latinoamericanos (salvo excepciones); como también con asiáticos, que son otra suerte de gringos, pero más buena gente. Por tanto la mayoría de personas con las que me he relacionado son gentes que me saludan, me preguntan qué tal las cosas y se van. Para completar todo lo anterior, los colombianos con los que estudio son o mujeres que tienen novio francés (una gran porción) a las que no les interesa conocer más gente o mujeres que lo buscan y por tanto, uno no entra en su círculo social. No ayuda de a mucho que varias de esas mujeres sean de —lo que en Colombia consideramos— clase “alta” (no hablamos de Santo Domingos o Sarmientos Angulos, sino de la hija del gerente del banco), por lo que al yo no tener finca o apellidos, quedo descartado para cualquier tipo de amistad con esas personas. Pero qué se le hace. No quiero decir con ello que los colombianos que están acá son todos así. También hay muchos buena gente, que estudian mucho y son abiertos con las personas sin importar la declaración de renta (o la de mis papás), el pasaporte o la tarjeta de crédito; pero el fantoche que todavía anda pendiente de las cuentas bancarias de uno, sigue presente, a pesar de que por fuera todos tenemos la misma etiqueta de extranjeros. Pero bueno. Muchas de las tonterías del país lo siguen a uno por fuera.



En todo caso, estuve solo el día de navidad y no me pareció del todo malo. La soledad me ha permitido en estos más de seis meses leerme libros gigantescos para los que antes no había tenido mucho tiempo y dedicar horas a cosas para las que antes tenía que andar buscando un huequito en mi horario. Creo que cuando uno está por fuera de su país y lejos de la gente que uno conoce, o por lo menos siente como familiar, lo peor que uno puede hacer es encerrarse a lamentarse de su suerte y a aspirar una vida con más personas. ¡Por favor! No voy a negar que sea importante estar con otras personas, pero si uno está sólo lo mejor es disfrutar lo más posible que uno pueda. La nostalgia y la añoranza son sentimientos inevitables, pero son los peores enemigos para una larga estadía por fuera del país. Además, hay que recordar que el hombre es un lobo para el hombre y en Bogotá, Roma u Oslo, también hay gente jodida.

Por tanto aquella noche salí, caminé bajo la lluvia, me mojé, me resbalé, me reí como un bobo en las solitarias calles parisinas y me topé con uno que otro personaje que caminaba por ahí. Sin embargo y por sobre todo, tomé fotos que les comparto en el día de hoy. No soy fotógrafo profesional, ni tengo intenciones de mostrar algo profesional, por lo que es una entrada sin mayores pretensiones que compartirles algo de ese día. 












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